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jueves, 10 de junio de 2010

La bacteria sionista


Durante la I Guerra Mundial, empezaría a usarse de forma masiva un nuevo tipo de pólvora que sería decisiva en la contienda, se trataba de la cordita, más potente, más precisa y “sin humo”. Sólo producía una leve niebla gris azulada, y permitía a los francotiradores disparar sin descubrir su posición, no ensuciaba los cañones de fusiles y piezas de artillería y no oscurecía el campo de visión de quien manejaba una ametralladora, Compuesta por una mezcla de algodón explosivo, nitroglicerina, vaselina y como disolvente un esencial 0,8% de acetona, la verdadera protagonista de esta historia.

La producción de acetona de la época la sostenía una obsoleta industria química con técnicas de preguerra, mediante destilación destructiva de madera, y la necesidad de acetona a escala masiva en la industria militar acaparó la atención del por entonces ministro de municiones británico, Winston Churchill.

Churchill recurrió a un joven y prometedor químico, Chaim Weizmann, sionista emigrado de Europa continental, para que aplicase su técnica de invención propia basada en la fermentación de maíz por la bacteria anaerobia Clostridium acetobutylicum, familia del patógeno que produce el botulismo. El proceso funcionó durante unos años hasta que la escasez de grano se sumó a la ofensiva submarina alemana, que amenazaba con cortar el suministro de maíz norteamericano.



Había que sustituir el maíz por un producto autóctono, y el método de Weizmann se aplicó con éxito a las castañas, silvestres y en gran cantidad por todo el país. La recolección de castañas se encomendó a escolares. La recogida era masiva, y los diarios de la época recogen cartas de lectores que hablan de vagones de tren llenos de castañas pudriéndose en las estaciones, por los problemas del transporte provocados por la guerra. El asunto incluso llegó a una consulta en la Cámara de los comunes, por la sospecha de que alguien se estuviese enriqueciendo con el trabajo de los niños. Ante la pregunta por el uso de las castañas, el asunto se despachó con un “Ciertos propósitos” por parte del ministro de municiones.

El emplazamiento de las fábricas era secreto por motivos de seguridad, y los escolares enviaban sus paquetes a las oficinas del gobierno en Londres, pero los empleados postales ya sabían que debían ir directamente a las fábricas para su procesamiento.

Se había asegurado la producción de cordita, y agradecido, el gobierno concedió a Weizmann acceso directo al Secretario de Relaciones Exteriores Británico, A.J. Balfour. Dice la leyenda que el almirantazgo le había ofrecido el premio que pidiera, y Weizmann pidió un estado judío.

Leyenda o no, de este encuentro surgió la famosa Declaración Balfour, el 2 de noviembre de 1917. En formato de carta, en ella el gobierno británico apoyaba “el que se estableciese en Palestina un hogar para el pueblo judío”, y está considerada como el primer reconocimiento de los derechos del pueblo judío sobre la Tierra de Israel por parte de una potencia mundial.

Cuando se constituyó el estado de Israel en 1948, un químico experto en acetona fue su primer presidente, cargo que conservó hasta el año de su muerte, en 1952.

Colaboración de Antonio José Enciso (Mérida, Badajoz)

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