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domingo, 5 de diciembre de 2010

Papito... ¿Cuánto me amas?


Papito..., ¿cuánto me amas?




El día que mi Hija nació, en verdad no sentí gran

alegría por que la decepción que sentía parecía ser

más grande que el gran contecimiento que representa

tener una hija: ¡Yo quería un varón!



A los dos días de haber nacido, fui a buscar a mis

dos mujeres, una lucía pálida y agotada y la otra

radiante y dormilona.



En pocos meses me dejé cautivar por la sonrisita de

mi Carmencita y por la infinita inocencia de su mirada

fija y penetrante, fue entonces cuando empecé a amarla

con locura. Su carita, su sonrisita y su mirada no se

apartaban ni por un instante de mis pensamientos, todo

se lo quería comprar, la miraba en cada niño o niña,

hacía planes sobre planes, todo sería para mi Carmencita.



Este relato era contado a menudo por Randolf, el

padre de Carmencita y Yo también sentía gran afecto

por la niña que era la razón más grande para vivir de

Randolf, según decía el mismo.



Una tarde estaba mi familia y la de Randolf haciendo un picnic a la orilla de un río cerca de casa y la niña entabló una conversación con su papá, todos escuchábamos:

- Papi,... cuando cumpla quince años, ¿cuál será mi regalo?

- Pero mi amor, si apenas tienes diez añitos, ¿no te

parece que falta mucho para esa fecha?

- Bueno papito,... tu siempre dices que el tiempo pasa volando, aunque yo nunca lo he visto por aquí.

La conversación se extendía y todos participamos de

ella. Al caer el sol regresamos a nuestras casas.



Una mañana me encontré con Randolf enfrente del colegio donde estudiaba Carmencita quien ya tenía

catorce años. Randolf se veía muy contento y la

sonrisa no se apartaba de su rostro. Con gran orgullo

me mostraba las calificaciones de Carmencita, eran

notas impresionantes, ninguna bajaba de diez puntos y

los estímulos que les habían escrito sus profesores

eran realmente conmovedores. Felicité al dichoso papá.

Carmencita ocupaba toda la alegría de la casa, en la

mente y en el corazón de la familia, especialmente en

el de su papá.



Fue un domingo muy temprano cuando nos dirigíamos a

misa, cuando Carmencita tropezó con algo, eso creíamos

todos y dio un traspié. Su papá la agarró de inmediato

para que no cayera... Ya instalados en la iglesia,

vimos como Carmencita fue cayendo lentamente sobre el

banco y casi perdió el conocimiento.

La tomamos en brazos, mientras su papá buscaba un

taxi hacia el hospital.

Allí permaneció por diez días y fue entonces cuando

le informaron que su hija padecía una grave enfermedad

que afectaba seriamente su corazón, pero no era algo

definitivo, qué debía practicarle otras pruebas para

llegar a un diagnóstico firme.

Los días iban pasando, Randolf renunció a su trabajo

para dedicarse al cuidado de Carmencita, su madre quería hacerlo pero decidieron que ella trabajaría, pues sus ingresos eran superiores a los de él.



Una mañana Randolf se encontraba al lado de su hija,

cuando ella le preguntó:

- Voy a morir, ¿no es cierto? ¿Te lo dijeron los

doctores?

- No mi amor... no vas a morir, Dios que es tan

grande, no permitiría que pierda lo que más he amado

sobre este mundo, respondió el padre.

- ¿Van a algún lugar?

- ¿Pueden ver desde lo alto a su familia?

- ¿Sabes si pueden volver? preguntaba su Hija.

- Bueno hija,... en verdad nadie ha regresado de

allá a contar algo sobre eso, pero si yo muriera, no

te dejaría sola, estando en el más allá buscaría la

manera de comunicarme contigo, en última instancia

utilizaría el viento para venir a verte.

- ¿Al viento? ¿Y cómo lo harías?

- No tengo la menor idea hijita, solo sé que si

algún día muero, sentirás que estoy contigo, cuando un

suave viento roce tu cara y una brisa fresca bese tus

mejillas.

Ese mismo día por la tarde, llamaron a Randolf, el

asunto era grave, su hija estaba muriendo. Necesitaban

un corazón, pues el de ella no resistiría sino unos

quince o veinte días más: ¡UN CORAZÓN!

- ¿Dónde hallar un corazón?

- ¡Un corazón!

- ¿Dónde... Dios mío?



Ese mismo mes, Carmencita cumpliría sus quince años.

Y fue el viernes por la tarde cuando consiguieron un

donante, una esperanza iluminó los ojos de todos, las

cosas iban a cambiar.

El domingo por la tarde ya Carmencita estaba operada, todo salió como los médicos lo habían

planeado. ¡Éxito total! Sin embargo, Randolf todavía

no había vuelto por el hospital y Carmencita lo

extrañaba muchísimo. Su mamá le decía que ya todo

estaba muy bien y que su papito sería el que

trabajaría para sostener la familia.

Carmencita permaneció en el hospital por quince días

más, los médicos no habían querido dejarla ir hasta

que su corazón estuviera firme y fuerte y así lo

hicieron.



Al llegar a casa todos se sentaron en un enorme sofá

y su mamá con los ojos llenos de lágrimas le entregó

una carta de su padre:

"Carmencita, hijita de mi corazón: Al momento de leer mi carta, ya debes tener quince años y un corazón fuerte latiendo en tu pecho. Esa fue la promesa que me hicieron los médicos que te operaron. No puedes imaginarte ni remotamente cuánto lamento no estar a tu lado en este instante.

Cuando supe que ibas a morir, decidí dar respuesta a una pregunta que me hiciste cuando tenías diez añitos y a la cual no respondí. Decidí hacerte el regalo más hermoso que nadie jamás haría por mi hija... Te regalo mi vida entera sin condición alguna, para que hagas con ella lo que quieras.

- ¡¡Vive hija!! ¡¡Te amo con todo mi corazón!! "

Carmencita lloró todo el día y toda la noche. Al día

siguiente fue al cementerio y se sentó sobre la tumba

de su papá. Lloró como nadie lo ha hecho y susurró:

- "Papi... ahora puedo comprender cuanto me amabas.

Yo también te amaba y aunque nunca te lo dije, ahora

comprendo la importancia de decir "Te Amo" y te

pediría perdón por haber guardado silencio tantas

veces".

En ese instante las copas de los árboles se mecieron

suavemente, cayeron algunas hojas y florecillas, y una

suave brisa rozó las mejillas de Carmencita, alzó la

mirada al cielo, intentó secar las lagrimas de su

rostro, se levantó y emprendió el regreso a su hogar.



Si éste mensaje tocó tu corazón, invita a todos tus amigos y amigas como señal de tu amistad; en éstos momentos aunque yo estoy llorando, decidí compartir esto contigo y decirte:

Por favor, nunca dejes de decir “TE AMO”.

No sabes si será ésta la última vez …

Cada día a cada instante.

Expresa tu amor

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